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Aquí os dejamos un bonito texto escrito por nuestra compañera Lola para AMAR

 

https://www.republica.com/tribunas-libres/demasiadas-veces-20221020-18161861905/

 

DEMASIADAS VECES

 

A veces, demasiadas veces, una mujer que busca desesperadamente a través de la justicia proteger a sus hijos o hijas de un padre maltratador o abusador sexual, pierde todos los caminos y es condenada a permitir aterrorizada que el maltratador siga viendo a los menores sin vigilancia, a solas durante largos periodos de tiempo, o peor aún, es condenada a perder la custodia, contemplando atónita cómo esta se le concede al presunto maltratador o pedófilo, sin posibilidad de réplica y sin posibilidad de vigilar que los niños o niñas estén bien con él. Y en el colmo de la victimización pueden incluso quedar castigadas a ver a sus hijos solo unas horas a la semana en puntos de encuentro vigilados.

Y es que con demasiada frecuencia no se las cree, algunos profesionales sociales y de la justicia recelan de ellas, suponen que mienten y/o que están trastornadas, que buscan de alguna manera sacar provecho, o bien vengarse de su pareja denunciando. Paradójicamente cuanto más empeño y esfuerzo pone la mujer en solucionar el problema y proteger a sus hijos o hijas, más posibilidades tiene de presentarse como desequilibrada, y ser ella la que acaba condenada.

Lamentablemente persisten en nuestra sociedad - y lo que es más grave, compartidos por algunos profesionales que atienden a las mujeres- estereotipos y prejuicios de género, descritos por autores tan relevantes como Miguel Lorente o Jorge Corsi. Son creencias basadas en miradas superficiales; “la mujer lo permite”, o incluso “lo busca” o “lo provoca”, “inventan para sacar ventajas de cara al divorcio”. Estos prejuicios llevan a culpabilizar a las mujeres como hizo recientemente el diputado de Vox, Juan Rivas, con la víctima mortal de un crimen machista: “Trini tenía culpa, seguro”. Denotan escasa o nula formación sobre el tema de la violencia de género. En ocasiones no van más allá de que la mujer aparenta estar “histérica y desequilibrada” y el acusado, que está desmintiendo todo aquello de lo que se le acusa, parece muy “convincente y sereno”.

Y es que a veces denunciar por violencia de género, maltrato infantil o abusos a hijos e hijas, le sale muy caro a la mujer. Porque además de la carga social que conlleva reconocerse como mujer maltratada, o señalar a sus hijos como víctimas, es sometida a un segundo proceso de victimización, esta vez institucional, que se añade al que acaban de sufrir ella y/o sus hijos o hijas a manos del maltratador o abusador. En estas ocasiones, las instituciones jurídicas y sociales lejos de protegerlas, las incapacitan y las desempoderan.

Las secuelas del maltrato, la ansiedad y estrés que sufre una mujer víctima de violencia que busca proteger a sus hijos son variadas, incluso a nivel físico existen evidencias clínicas del deterioro que puede padecer. Psicológicamente, dichas secuelas pueden provocar que se la vea insegura, desorientada, temerosa, bloqueada, confusa, lo que la lleva a aparecer ante un observador escasamente informado como poco creíble, obsesionada, trastornada. A veces la mujer ha aguantado mucho tiempo el maltrato, incomprendida y no creída, incluso desacreditada por su entorno: “pero cómo es posible que él haga eso? Pero si es un encanto! No serás tú la que lo interpretas así?”, envuelta en una tela de araña de la que no es fácil salir sin ayuda. En ocasiones soportando y aguantando para conservar la familia a pesar de los pesares. Y solo cuando el maltrato resulta ya demasiado insoportable, o ven que sus hijos o hijas están siendo también abusados, o afectados, sacan la rabia y el coraje suficiente para tratar de salir de la situación.

En cambio, el maltratador o abusador, por muy brutal que haya sido el maltrato, puede mostrarse seguro de sí mismo, sereno y hasta encantador, lo que le hace parecer más creíble, más confiable y más capacitado para ocuparse de sus hijos o hijas, a los que puede haber maltratado sin piedad. Esta doble cara, característica del tipo más frecuente de maltratador (el tipo Pitbull) está ampliamente descrita en los manuales de violencia de género: cruel y abusador en la intimidad, pero sereno, encantador, incluso seductor en sus relaciones sociales, prometiendo a su pareja cambiar o amenazando cuando esta se plantea dejarlo, pero volviendo a la crueldad cuando le parece que la vuelve a tener segura. Entre ellos hay muchos narcisistas y diversos niveles de psicopatía.

Las secuelas de la violencia de género en la mujer son transitorias, y no le impiden ejercer adecuadamente el papel de madre, aunque a veces va a necesitar una terapia con especialistas expertos en el tema. Pero estas secuelas son mucho más graves cuando se ve separada de sus hijos. Con esa separación es sometida a una victimización más severa que la infringida por el maltratador, lo que puede hacerla pasar del miedo a la rabia, a tener ideas obsesivas, irritabilidad, insomnio, pesadillas, llanto incontrolado o reacciones exageradas ante algunos estímulos. Lo que desgraciadamente puede aumentar la imagen de que sufre un trastorno mental. También puede producirse un deterioro de relaciones externas, pérdida de amigos y amigas que le retiran la palabra, a veces influenciadas por el abusador: “fijaos lo que me ha hecho”, “me ha acusado injustamente”, “me ha hundido la vida”, “no sé por qué me ha hecho esto”, “está loca”, “hasta le han retirado a los niños” …

El maltratador niega con firmeza, una y otra vez el maltrato o el abuso, culpabilizando a la mujer: “pierde el control”, “me hace la vida imposible”, “se pone como loca”, “no trata bien a sus hijos”, ”yo nunca la he tratado mal”, “jamás abusaría de mi hijo/a” ..., mintiendo una y otra vez con su fachada de credibilidad. Y, desgraciadamente, aún cuando cae en flagrantes contradicciones, con frecuencia se confía más en su versión que en la de la víctima. Sin perder el control, aparentemente seguros de sí mismos y en posesión de la razón, con una ausencia total de empatía y compasión, tratan de que la víctima sufra cada vez más, solicitando la custodia de los hijos aunque jamás se hayan ocupado de su cuidado. En ocasiones, como vemos en las noticias, son capaces de matar a sus propios hijos sabiendo que es lo que más importa a la mujer, lo que más va a hacerla sufrir.

Otro grave prejuicio, desde la falta de información, es la idea de que se producen muchas denuncias falsas. Desmontar este prejuicio es muy importante de cara a la credibilidad de la mujer. Estudios y estadísticas muestran claramente que esto no es así. En 2021 la fiscalía desmontó el bulo sobre denuncias falsas, asegurando que en 2020, no se había constatado ninguna denuncia falsa sobre violencia de género. Y en 2019, de 168.057 denuncias solo 6 fueron consideradas falsas. Como media de los últimos años, las denuncias falsas constituyen el 0,007% del total de denuncias. El hecho de que el agresor quede absuelto no significa que la denuncia sea falsa, como algunos quieren maliciosamente hacer creer. En numerosas ocasiones no se le condena porque el testimonio de la mujer “no parece seguro”, ni siquiera estando basado en informes médicos o psicológicos. Hemos visto informes médicos que diagnostican “lesiones sugestivas de maltrato” o “sospecha de abuso sexual” que no han sido tenidos en cuenta, ni siquiera se ha citado a los médicos a declarar. En lugar de investigar con más detalle, se cierra el caso como “dudoso” absolviendo al maltratador.

La escasez de denuncias falsas se explica por el gran coste emocional, social y económico que supone para la mujer denunciar. Solo un 10% aproximadamente de las mujeres maltratadas denuncian, así que las denuncias suponen la punta del iceberg. Reconocerse públicamente como mujer maltratada, y/o hacer público que sus hijos o hijas han sido abusados no es fácil. Por otra parte, la mujer puede estar bloqueada por la vergüenza, la culpa, la dependencia o el sufrimiento. En otras ocasiones la mujer llega a normalizar la violencia por haberla sufrido en su familia de origen, o se empeña en conservar a pesar de todo el núcleo familiar. Algunas intentan incluso proteger al maltratador, no quieren hacerle daño, o intentan que sus hijos no tengan que ver a su padre en un proceso judicial, o quieren darle otra oportunidad creyendo en sus promesas… Otras temen que si les denuncian va a ser peor, que se pondrá más agresivo, o no quieren denunciar por desconfianza hacia la justicia… A veces solo acaban denunciando cuando temen por su integridad o su vida, o sobre todo, cuando necesitan proteger a los menores. Por eso resulta tan desolador que después de superar todos los obstáculos psicológicos y sociales para denunciar, la justicia no la crea y una sentencia la lleve a tener que dejar a sus hijos solos frente al maltratador, incluso a cederle la custodia.

En la Directiva 2012/29/UE por la que se establecen normas sobre los derechos, el apoyo y la protección de las víctimas de delitos, se incluye en el artículo 57 una atención específica a los procesos de victimización secundaria que sufren las víctimas de violencia de género en el ámbito de la justicia. Se exige que los/las profesionales que hayan de tratar con la víctima antes del proceso penal, durante o después de éste, tengan una formación especializada para evitar así situaciones de victimización secundaria. Desgraciadamente, con demasiada frecuencia, esto no se cumple como han resaltado Save the Children o la ONU en diciembre de 2021 y Febrero y Marzo de 2022 después de rigurosos estudios. En realidad, la formación “especializada” suele consistir en un cursillo, en el que se tratan superficialmente contenidos sobre violencia de género, a veces solo la parte jurídica, resultando claramente insuficientes. Las concepciones estereotipadas y superficiales sobre la violencia de género o la mujer no permiten un proceso imparcial, y se llega a situaciones dramáticas como conceder un régimen de visitas sin vigilancia o la custodia a un maltratador o abusador sexual, con los menores a su merced.

Como afirma Encarna Bodelón en las conclusiones de sus investigaciones (2012) la huida de las mujeres víctimas de violencia del sistema penal es un síntoma de que este sigue sin poder protegerlas eficientemente. En ocasiones estas acaban más humilladas y victimizadas que antes de denunciar la violencia.

La falta de recursos, el apresuramiento, la falta de tiempo, la insuficiente formación en violencia de género, pueden hacer que el proceso judicial no sea lo suficientemente imparcial. Muchas mujeres sienten que no se las ha escuchado con atención: “no me dejaron hablar”, “me cortaban constantemente”, “no pude contar cuestiones que para mí eran muy importantes”… Muchas veces no llegan a escucharse importantes testimonios de familiares, amigos/as, hijos e hijas, o de profesionales de la medicina y de la psicología que han explorado y diagnosticado a las víctimas. No se les cita, o aún siendo citados judicialmente para apoyar a la mujer en su testimonio, no llegan a ser escuchados. En ocasiones los certificados médicos no son tenidos en cuenta si no reflejan lesiones graves y ocasionadas inequívocamente por un maltrato o abuso. Algunos profesionales de la medicina reaccionan con tibieza ante el maltrato, evitan el compromiso, diagnosticando de forma ambigua, y así, el informe tiene muchas posibilidades de ser minimizado o ignorado. Tampoco los informes psicológicos suelen tenerse en cuenta si no proceden de servicios públicos.

Uno de los indicadores del apresuramiento y la falta de recursos con los que a veces se celebran los juicios y se dictan las sentencias, es que se detectan numerosos autos y sentencias casi calcados, con frases idénticas, repetidas una y otra vez en casos completamente diferentes, lo que hace pensar en las carencias para estudiar con detalle y en profundidad cada caso particular.

Las asociaciones ofrecen a las mujeres apoyo emocional, asesoramiento especializado psicológico, social, jurídico y laboral, y acompañan a la mujer en el proceso. Pero todo ello, para impotencia de las víctimas y profesionales que las apoyan, en ocasiones no resulta suficiente.

Desde las asociaciones de mujeres vemos casos terribles y constatamos graves carencias en la formación y sensibilización de los profesionales. No solo se confunden las secuelas de un maltrato con un trastorno mental que la lleva a delirar e inventar, también si se la percibe controlada y serena se llega a pensar que “no tiene el perfil de mujer maltratada” y por tanto inventa también: “¿y si estaba abusando del niño por qué dejó que le siguiera viendo?” “¿y por qué no se marchó antes?” “¿por qué hicieron un viaje juntos si estaban tan mal?”… cuestiones todas ellas que implican una mirada superficial y una ausencia de conocimientos sobre el tema.

Resulta devastador para los menores que se les separe de sus madres sin un análisis exhaustivo de la situación que lleve de forma rigurosa a la conclusión de que la madre es realmente nociva para su desarrollo. Se aleja de sus madres incluso a bebés en periodo de lactancia, estando aún tomando el pecho, en los que la separación puede originar traumas importantes. En ocasiones después de pruebas psicológicas y/o psiquiátricas que muestran que la mujer no tiene alteraciones mentales de base, se argumenta que está muy “obsesionada” y con “ideas delirantes”, “que ha sometido a su hijo o hija a un periplo de pediatras y psicólogos”, y ello hace que “no pueda proporcionar un ambiente adecuado para el desarrollo del menor”. Nos preguntamos: ¿quién, pensando que sus hijos o hijas están en peligro no va a estar obsesionada con apartarle de ese peligro, ni va a llevarle a profesionales que puedan informarle sobre el daño que sufren y asesorarle sobre las medidas a tomar?.

Necesitamos más profesionales atentos a cada caso, con miradas libres de prejuicios, es decir, sin prejuzgar nada antes de oír con atención. Con capacidad para analizar en profundidad cada situación particular, sin apresuramiento. Profesionales bien formados sobre el tema de violencia y abusos sexuales, que comprendan las características de la violencia de género, y las de una mujer que ha sido maltratada, diferenciándolas de una mujer con un trastorno mental. Que conozcan las características de los distintos tipos de maltratador/abusador, la doble cara que pueden presentar, la parte de psicopatía que les lleva a mentir con frialdad y serenidad. Profesionales con capacidad para empatizar con mujeres y menores víctimas, y darles confianza para que puedan contar sus experiencias con todo detalle y con tranquilidad. Es necesario saber descubrir aspectos claves que quedan ocultos en los procesos judiciales y que son fundamentales para una sentencia justa. Seguramente para ello se necesitan muchos más medios y más formación especializada (no limitada a aspectos legales) en profesionales de la policía, de la magistratura, de la abogacía, de la fiscalía, de servicios sociales, de la medicina y de la psicología.

En ello nos va la vida de muchas personas, de mujeres y menores. En demasiadas ocasiones.

AMAR firma el convenio con el PROYECTO PEPO, proyecto ideado para víctimas de violencia machista, donde el perro no es sólo una mascota, es tu protector, tu amigo, tu confidente...

 

El ‘Proyecto Pepo’ es una iniciativa de la Fundación Mariscal que dona perros de protección y forma a las usuarias que han sido víctimas de violencia de género para que tengan la oportunidad de recuperar la libertad y confianza que una vez tuvieron. Este proyecto se caracteriza porque los canes con los que trabajan no son perros de seguridad, sino de protección. No sólo previenen el daño físico, sino que ayudan a reparar el daño psicológico, mejorando la salud mental de las mujeres. Este proceso comienza primero con una entrevista con el director de seguridad, que dictamina las necesidades de protección. Después, interviene la psicóloga experta en violencia de género, que es la que valora si en ese momento puede o no la mujer llevar al perro. Por último, un etólogo tiene que evaluar si el can va a estar en unas condiciones óptimas. Tras esta fase se empieza el programa formativo. La formación consta de tres cursos. El primero, de 20 horas, es el que obliga la ley para llevar a perros de seguridad y el que habilita a los vigilantes a llevar perros de seguridad. El segundo con una duración de 150 horas, es el que habilita a los adiestradores, ya que en el fondo ellas son adiestradoras, y es la fase donde se dona al perro y se establece el vínculo, el tercer y último curso es específico sobre perros de violencia de género.

 

Para más información: 

https://www.gruposecuritydogs.es/social.html

https://www.amvac.es/Files/PROYECTO%20PEPO.pdf

 

AMAR pide educar en igualdad a edades más tempranas para evitar casos como el de Totana (Murcia)

 

El psicólogo y vicepresidente de la Asociación de Mujeres para el Apoyo y el Refuerzo (AMAR), José María Martínez, ha considerado imprescindible la educación a edades tempranas para evitar casos como el de Totana y que las chicas adolescentes sean capaces de "prevenir y detectar las situaciones graves de violencia". "Habría empezar, desde que un niño o una niña empieza el colegio, ha transmitir esos valores de igualdad y respeto", ha destacado.